En Zaragoza, cerca del desierto de los Monegros, el agua se despeña libre en un remanso de paz llamado el Monasterio de Piedra. Siempre he pensado que a lo largo de la historia los más listos han sido los monjes que buscaban los mejores sitios y se los agenciaban, y este no podía ser menos. Corría el año 1194 cuando comenzó a construirse el monasterio para una orden cisterciense que veintitrés años más tarde se asentaría en el lugar. Permanecieron entre toda esta belleza natural hasta el siglo XVIII que fue ocupado por el ejército francés en la guerra de la Independencia. En 1837 llegó la desamortización de Mendizabal y con ella la expropiación del monasterio y sus tierras, que finalmente pasaron a manos privadas en 1840 en una subasta pública.
Pero de todo esto hace ya mucho tiempo, hoy en día las antiguas estancias monacales son habitaciones de un hotel de lujo con spa e hidromasajes, si los cistercienses hubieran sabido de tanta ostentación…
Lo realmente impresionante del lugar es el parque natural que consta de un recorrido de unos cinco kilómetros que te lleva a saltos cada vez más bonitos. El sonido del agua te acompaña durante toda tu estancia como hilo conductor de una naturaleza desbordante y grutas naturales de ensueño. En algún momento del recorrido hay miradores desde los que puedes admirar el parque como un oasis verde con el monasterio en el centro. Merece la pena reservar toda una mañana larga para la visita, si te gusta la foto divagarás durante horas con efectos sedosos.
La visita incluye un espectáculo de aves.
El lugar es maravilloso. Lo conocí cuando era un remanso de paz.
Gracias por esta estupenda entrada.
Sigue siendo un remanso de paz Isa, cada vez se va haciendo más conocido pero todavía se puede pasear en silencio por el parque.
Tienes razón en lo de los monjes, los monasterios suelen estar situados en unos lugares maravillosos. Este no lo conozco pero me han dado ganas de visitarlos. Saludos, Sara.
Pues ahora que llega la primavera tiene que estar precioso Eva
En su día a estos parajes los llamaban ‘desiertos’, por la paz y soledad. La primera vez que estuve fue inolvidable. Era invierno, hacía frío, y la mañana salió quieta y gris. El canto del agua se filtraba a través de la neblina y cada chorro o cascada era un descubrimiento, y las charcas y remansos, espejos. Ha pasado tanto tiempo…
Gracias por llevarnos a tan singular paraje, y particularmente por haberme traído la evocación de un momento único y feliz. Un abrazo.
Bobary de todo haces poesía. Mi experiencia fue en verano 🙂
:O No lo conocía… ¡Gracias por el descubrimiento!
Gracias a ti por leerme
Tus fotografías me hacen viajar. Siento el arrullo del agua de esos saltos y cascadas.
Un abrazo.
Gracias Vero, otro abrazo para ti
Es un lugar precioso y como dices te inspira paz y tranquilidad. Ya sabían los monjes qué lugares escoger. Casi siempre los más «especiales».
Bellísimas fotografías!!!
Un abrazo…
No eran listos ni nada, jeje. Muchas gracias.